El gobierno de los hooligans
Axel Kaiser Director ejecutivo Fundación para el Progreso
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Axel Kaiser
Hace unos días visitó nuestro país Jason Brennan, filósofo y cientista político de Georgetown. Brennan es un prolífico e influyente autor cuya obra más polémica, titulada “Against Democracy”, un trabajo lleno de datos duros donde se muestra cómo realmente funciona, o, más bien, no funciona, la democracia.
De partida, la idea de que existe un ciudadano racional que vota de acuerdo a la información obtenida en el debate público es completamente falsa. La abrumadora mayoría de las personas, dice Brennan, se dividen en lo que llama hobbits y hooligans. Los hobbits carecen de los conocimientos más básicos necesarios para emitir un sufragio con sentido. Esto es así porque la democracia incentiva la ignorancia, al ser un sistema en que el voto de un individuo es completamente irrelevante desde el punto de vista del resultado electoral final.
Los hooligans, en cambio, son personas altamente politizadas, que cuentan con mayor información, pero que se comportan como bárbaros en guerras tribales. Plagados de sesgos cognitivos, no les interesa en lo más mínimo la verdad, sino el conflicto que es esencial a la política. Las estadísticas muestran que la mayoría de los votantes regulares, los activistas y los políticos, pertenece a esta segunda categoría.
También existen los vulcans, una ínfima minoría de ciudadanos informados dispuestos a cambiar de opinión cuando la evidencia que enfrentan así lo indica. En suma, es simplemente falso que la esencia de la democracia sea un proceso deliberativo y racional del estilo imaginado por Habermas, en virtud del cual los votantes avanzan sus preferencias. Por lo mismo, también es falsa la creencia de que la participación política es buena y necesaria en una sociedad. Estudio tras estudio muestran lo contrario.
“La participación política hace a la gente más estúpida y corrupta. Nos convierte en enemigos cívicos y nos da razones para odiarnos los unos a los otros”, escribe Brennan. La idea de que la política corrompe ha sido históricamente una observación del liberalismo clásico y la razón por la que ha buscado dejar al Estado limitado a pocas funciones. La despolitización – que el actual gobierno quiere revertir con su reforma del 4%- fue el espíritu que animó la privatización de las pensiones en Chile, por ejemplo, pues en cada elección estas se convertía en una causa para luchar a muerte entre los distintos grupos que buscaban tratos especiales.
Pero Brennan incluso va más allá, afirmando que en el caso del régimen político, si lo importante es que obtenga ciertos resultados -por ejemplo, respeto a las libertades y la prosperidad-, entonces no existe un derecho a voto individual, tal como lo hay sobre la vida y la propiedad. La democracia es un medio y no un fin en sí misma, explica, y por tanto, si otro sistema puede conseguir mejor los resultados deseados, entonces debe ser cambiada.
Sobre todo, agrega, cuando se considera que la forma en que votan las mayorías –o minorías organizadas- puede dañar severamente a todos los demás, lo que no ocurre con las libertades clásicas. Por ello, concluye Brennan, la democracia no puede considerarse como un dogma sagrado, y si bien ha sido el mejor sistema conocido hasta ahora, bien vale la pena pensar si podemos superarlo con lo que él llama epistocracia: un sistema en que gobiernan la racionalidad y la información objetiva, en lugar de las bajas pasiones e intereses tribales.
En Chile podríamos avanzar en ese camino exigiendo a nuestros parlamentarios aprobar test básicos de conocimientos que, sin duda, ayudarían a mejorar la desastrosa calidad de esa barra brava que constituye parte de nuestra clase política.